Tendría 5 años, tal vez 6, mi madre llenaba una garrafa de plástico blanco en la fuente, podría ser de 15 litros, yo me dejaba caer en el bordillo de la fuente mientras que el agua salía con fuerza por el caño.
Recuerdo como mi madre me decía que no chupara el caño, estaba duro, había que empujar hacia dentro y me costaba muchísimo, era un grifo grande de latón con botón.
Andaba sobre el bordillo de la fuente, subía por un lado, lo recorría hasta el otro extremo y pegaba un gran salto hacía el suelo, en ocasiones estaba resbaladizo y me tenía que apoyar en la pared. No recuerdo si alguna vez besé el suelo.
10 años, o tal vez 9, para entonces yo vivía a las afueras del pueblo, de vez en cuando nos acercábamos al pueblo en coche para realizar algunos recados, yo me quedaba dentro del coche esperando a mis padres y desde la ventana podía ver a los chavales mayores sentados en el bordillo de la fuente, fumaban, algún día me tocaría estar allí, sentada, por lo menos eso pensaba, aunque finalmente nunca estuve, la vida en una finca a las afueras condiciona mucho tus relaciones sociales.
Creo que en un principio fue un abrevadero. Ahora, esto es lo que queda de la fuente.
Tanto fue el cántaro a la fuente...